Y para celebrarlo, os dejo con esta historia:
El susurro 1
La caricia del viento en mi rostro era la más dulce sensación que sentía en mucho tiempo. Por fin había terminado todos mis proyectos y cuentas pendientes y me podía tomar un tiempo de descanso, podía volver a tomarme la vida con calma.
En cuanto terminé de comer al mediodía me puse unos vaqueros y unos playeros para caminar y mochila al hombro, me fui a los acantilados.Allí hay un mirador natural donde los dias de viento las olas salpican espuma sobre las rocas, y allí fue donde me dirigía.
Caminé una media hora por la carretera hasta encontrar el camino que se desvía hacia la costa y en unos pocos kilómetros llegué a la playa.
Era una playa grande, muy amplia y en el extremo sur se formaba una pequeña cala desde la cual se formaba una lengua de arena que llegaba varios cientos de metros mar adentro.
Mas allá de la cala, se alzaban imponentes unos despeñaderos, como si fueran guardianes de a playa y en su cima, se formaba una meseta que era prácticamente inaccesible. Solo yo y unos pocos más conocíamos la pared casi vertical en la que se formaban unos agarraderos de piedra por los que se puede trepar hasta la cima.
Me dirigí hacia la cala y allí monté una tienda de campaña. Nadie se acerca nunca a este lugar, así que monté la tienda, dejé en ella mis cosas, me cambié de ropa y me enfundé los guantes de escalar. Corrí hacia los acantilados y me lancé al agua. Nadé hasta una pequeña plataforma que surgía con la marea baja y desde allí, comencé a escalar. En unos minutos llegué a un saliente ancho del que salía una cornisa estrecha que lleva a otra plataforma donde hay una cueva. La cueva da a una sima, por la que trepé hasta llegar a la cima de los acantilados, donde se forma un prado pequeño en el que nunca hay nadie, eso era lo que necesitaba, soledad, silencio y la caricia del viento.
Con la marea alta la cueva quedaría inundada y no podría bajar, así que recorrí la meseta hasta el extremo que daba a la playa y allí coloqué unos clavos y unas agarraderas de las que colgué una escalerilla de cuerda que llevaba conmigo.
Descendí y recogí mis cosas. Las até fuerte dentro de la mochila y le até una cuerda en las asas. Subí y tirando de la cuerda subí mis cosas.
Esa noche dormí mecido por las olas y soñé con ella otra vez.
Ella era una especie de amiga imaginaria que había olvidado y me visitaba en mis sueños, pero aunque siempre me sonreía y estabamos juntos en los sueños, nunca había oído su voz, quizás porque nunca la imaginé con ella, pero esa noche fue diferente: en el sueño aparecía ella sola, vestida con un vestido blanco precioso y sentada en un pequeño balandro que flotaba a la deriva en el mar embravecido. Ella se sujetaba desesperadamente al borde y esquivaba los palos de la vela, que estaba rota y giraba sin control en el viento. Entonce, ella me miró directa mente y, por fin, escuché su voz, que me decía "Ayúdame".

Cuando lo vi estrellarse contra la barrera que cerraba la cala escuché un susurro en el viento, y todo el sueño volvió a mi cabeza.
-Ayúdame...
Espero que os guste